2006-08-29

vacíos mentales.

cap. 7.
La huída
Pero sí, revolear la mano antes de gritar, gritar, ¡hay!, mientras caigo quebrándome el brazo (izquierdo), lenta-mente, arrabal, barrio bajo me vino enseguida la pobreza, del espíritu, donde alguna vez la luna, el auto se quedó quieto te miré y te abracé y te dí un beso mientras la baliza sonaba y decía ¡no mientas! y dije te quiero pero yo sabía que ahí en ese momento vienen (quiénes?) los de la patrulla, iluminaba la noche de azul. Estaba triste, estabas triste, te dejaba, te abandonaba, los dejaba, mientras, hasta sentir miedo de que el dolor fuera el esperado (pero, ¿cuál es el diámetro necesario para perforar con dolor, con ruptura, con sangre, con ansias?), el dolor, el dolor, que fuera deseo, verdad, instaurando soberana-mente su alegría, pero, ¿quién escuchaba?, mirando hacia el futuro por detrás, atrás de algún inodoro, como siempre, ya sin placer, con el dolor esperado, me agacho para que el impulso fuera ¡fuera! miedo, miedo y tanto deseo nunca llegará a colmar, te perdía, y los perdí, en la calle, callejeando: atravesando la noche, cualquier esquina será la mejor parada. Subir a todos los autos, ya no importará cobrar. La luna llena.
Destino, arranqué el auto a tiempo, una de las ruedas chirriaba, el dolor rechinaba cuando salió afuera, veía cada palabra correr atrás de la otra, la baliza, y el auto arrancó. Te dejé ahí dormido. Castraba las palabras que me hacen funcionar. Íba al circo esa noche. En mi juego expresivo, la rutina circense se quebraba cuando decía "quisiera tener las palabras que llenen (¿no tiene alguien una suficiente?) este vacío, pero no me han dado letra". Nadie sabía de qué reírse. En el escenario.
Pero sí, te dejé, te abandoné, la saqué afuera y sangraba, gritabas, te tapé con una sábana (ya no había nada obsceno), llovía, te dormí cautelosa-mente con el vino que sobraba, te dejé contento, no te pagué, no te pagué, te dejé. Mi cama tiene ruedas. La tenía afuera. Llovía a cántaros: la gota rebalsó, saltar de una vereda a la otra, me caí. Mojado, más mojado que la mierda, no había un puto reflector. La baliza, una gran ventana, atrás brillaba la montaña, la quinta pata y el rulo. Vimos el amanecer a la distancia. El rojo fulguraba. Iba a dar el salto. La flecha, la venganza transmutó (perdón) la secuencia. Salí del agua seco, el agua se manchaba conmigo. Indemne: sin seguro, el auto arrancó antes. Me fuí dos veces. Te abandoné. Llovía.
Llovía, por saturación de tantos gestos húmedos, actitudes, intuiciones. Sus palabras caen, caen, chorreando de un preservativo, inundando la sábana, ideas inundando un cerebro, manchando su pierna. La luna estaba llena, llena, llena de placer, observando. Para llorar, observaba con placer que alguien sobrevolaba, inesperado, entre tanta mierda. Alas y flechas, fallos y centellas, luces blancas, satinadas, la selva oscura se abría dando camino. La luna llena iluminaba todo. Dando camino, sí, y, sí, fonemas sin sentido, sí, finalmente.
Porque sí, porque ahora que ya pasó la lluvia, observar a la gente que pasa caminando. En la silla de ruedas, aquí, discapacitado, al otro lado de la vía, el río, filoso... fo..., tranquilo, pasivo, sin olas.
No puedo imaginar, sólo quedó lugar para gritar, y la baliza se quedó sin pilas. Sí, sí, sí, ya me cargué (garqué, garché) a varios inocentes por portación de mirada. De inocencia. A parte de lo que veía en el espejo, interior. Ya no puedo, creo que nunca pude, diferenciar la seda del poliéster. Llovía, y sólo quedó lugar para el grito tras la huída.

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